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miércoles, 2 de enero de 2013

65.- WORLD WAR Z - A BORDO DEL U.S.S. TRACY BOWDEN

[Michael Choi se apoya en el riel de la cubierta de popa, mirando al horizonte.] 

¿Quiere saber quién perdió la Guerra Mundial Z? Las ballenas. Supongo que nunca tuvieron mucha oportunidad, no con todos esos millones de gente hambrienta en barcos, y la mitad de los navíos del mundo convertidos en barcos pesqueros. No hace falta mucho, tan sólo una carga de profundidad, no tan cerca como para herir al animal, pero sí para dejarlas sordas y atontadas. No veían los barcos balleneros hasta que era demasiado tarde. Podía escucharse desde kilómetros, la explosión, los chillidos. Nada conduce el sonido mejor que el agua. 

Una terrible pérdida, y no hay que ser un genio bien arreglado y perfumado para notarlo. Mi papá trabajaba en Scripps, no, no la escuela de Claremont, sino el instituto oceanográfico en las afueras de San Diego. Por eso fue que me uní a la armada naval, y así fue como aprendí a amar el océano. Uno no podía dejar de admirar a las grises de California. Unos animales majestuosos. Por fin habían comenzado a recuperarse, después de ser cazadas casi hasta la extinción. Ya no nos tenían miedo, y a veces uno podía remar tan cerca que podía tocarlas. Podrían habernos matado en un segundo, un golpe con esa cola de cuatro metros de ancho, o un empujón con su cuerpo de treinta y tantas toneladas. Los primeros balleneros las llamaba “peces del diablo” por lo feroces que eran cuando se las acorralaba. Pero ellas sabían que ya no queríamos lastimarlas. Incluso permitían que las acariciáramos, o si estaban cuidando un ballenato, nos empujaban con suavidad lejos de él. Tanto poder y tanta fuerza. Increíbles criaturas, esas grises de Californa, y ya no queda ninguna, se extinguieron junto con las azules, los rorcuales, las jorobadas y las francas. He escuchado de un par de avistamientos de belugas y narvales que lograron sobrevivir bajo los hielos del Ártico, pero probablemente no hay suficientes para sostener una población viable. Sé que todavía quedan algunos grupos intactos de orcas, pero con los niveles de contaminación que tenemos, y menos peces que en una piscina de Arizona, no me atrevo a ser muy optimista. Incluso si la Madre Naturaleza le facilita las cosas a las asesinas y se adaptan como lo hicieron algunos de los dinosaurios, los amables gigantes se fueron para siempre. Es como en esa película Oh Dios en la que el Todopoderoso reta a un hombre a crear un pescado desde cero. “No puedes,” le dice, y a menos que un ingeniero genético haya llegado antes que las cargas de profundidad, tampoco vamos a poder fabricar una ballena gris de California. 

[El sol se oculta en el horizonte. Michael suspira.]

Así que la próxima vez que alguien le diga que las verdaderas víctimas de la guerra fueron “nuestra inocencia” o “nuestra humanidad”… 

[Escupe al agua.] 

Lo que digas, hermano. Ve y díselo a las ballenas.

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