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miércoles, 2 de enero de 2013

11.- WORLD WAR Z - VAALAJARVI, FINLANDIA


[Es primavera, la “estación de caza.” A medida que sube la temperatura y los cuerpos de los zombies congelados comienzan a reanimarse, los miembros de la F-N (Fuerzas del Norte) de la ONU llegan para su “Barrido y Limpieza” anual. El número de muertos vivientes es menor cada año. Según las estimaciones actuales, se espera que el área sea completamente “segura” en una década. Travis D’Ambrosia, Comandante Supremo de la Alianza Europea, está aquí en persona para supervisar las operaciones. Hay cierta suavidad en la voz del general, cierta tristeza. A lo largo de toda la entrevista, lucha para mantener contacto visual conmigo.] 

No Voy a negar que se cometieron muchos errores. No voy a negar que debimos haber estado mejor preparados. Yo soy el primero en admitir que decepcionamos al pueblo norteamericano. Sólo quiero que la gente sepa por qué. 

“¿Y qué tal si los israelíes tienen razón?” Esas fueron las primeras palabras en la boca del director a la mañana siguiente de la declaración de Israel ante la ONU. “No estoy diciendo que la tengan,” se apresuró a aclarar, “sólo digo, ¿qué tal si así es?” Quería opiniones sinceras, no ensayadas. Así era el director de la Junta de Mando, él era de esa clase de personas. Mantuvo la conversación como algo “hipotético,” con la idea de que era sólo un ejercicio mental de planeación. Después de todo, si el resto del mundo no estaba listo para creer en algo tan monumentalmente absurdo, ¿por qué íbamos a estarlo los hombres y las mujeres de aquel salón? 

Le seguimos el juego tanto como pudimos, hablando entre risas o finalizando siempre con alguna broma… no estoy seguro de cuándo ocurrió el cambio. Fue tan sutil que creo que nadie se dio cuenta, pero de pronto estábamos allí en aquel cuarto lleno de militares profesionales, cada uno con décadas de experiencia en combate y más entrenamiento que un neurocirujano promedio, y todos estábamos hablando honesta y abiertamente sobre la amenaza de unos cadáveres que caminan. Fue como… una represa que se rompe; el tabú se desmoronó, y la verdad comenzó a salir. Fue… liberador. 

¿Así que usted también tenía sus sospechas?

Por varios meses después de la declaración israelí; y el director también. Todos en aquel salón habían escuchado o sospechaban algo. 

¿Alguno había leído el informe Warmbrunn-Knight? 

No, ninguno. Yo había escuchado el nombre, pero no tenía ni idea sobre su contenido. De hecho, una copia llegó a mis manos casi dos años después del Gran Pánico. La mayoría de las medidas militares del informe eran, palabra por palabra, iguales a las nuestras. 

¿Las suyas? 

Hablo de nuestra propuesta a la Casa Blanca. Diseñamos un programa completo, no sólo para erradicar la amenaza del territorio estadounidense, sino para hacerla retroceder y controlarla en todo el mundo. 

¿Y qué pasó? 

A la Casa Blanca le encantó la Fase Uno. Era barata, rápida, y si se ejecutaba correctamente, 100% discreta. La Fase Uno consistía en el despliegue de unidades de Fuerzas Especiales en las áreas infestadas. Sus órdenes eran investigar, aislar, y eliminar. 

¿Eliminar? 

Hasta el último de ellos. 

¿Esos eran los equipos Alfa? 

Sí, señor, y fueron extremadamente exitosos. Aunque sus registros de combate seguirán siendo información clasificada por los próximos 140 años, puedo decirle que ese fue uno de los momentos más sobresalientes en la historia del ejército de elite de Norteamérica. 

¿Entonces qué salió mal? 

Nada, no en la Fase Uno, pero se suponía que los equipos Alfa eran sólo una medida coyuntural. Su misión nunca fue detener la amenaza, sólo hacerla retroceder y ganar el tiempo suficiente para la Fase Dos. 

Pero la Fase Dos nunca se completó. 

Ni siquiera se inició, y esa es la razón por la que el ejército norteamericano fue sorprendido con tan mala preparación.

La Fase Dos requería una enorme operación de envergadura nacional, de una magnitud que no se había visto desde los días más oscuros de la Segunda Guerra Mundial. Un esfuerzo como ese requería hercúleas cantidades de apoyo nacional y de dinero, y ambas cosas, para ese momento, ya no existían. El pueblo norteamericano había acabado de salir de un largo y sangriento conflicto. Estaban cansados. Estaban hartos. Al igual que en los 70s, el péndulo estaba oscilando de una posición de lucha, a una de rencor. 

En los regimenes totalitarios —comunismo, fascismo, fundamentalismo religioso— el apoyo popular se da por hecho. Se pueden iniciar guerras, se pueden prolongar, se puede poner a cualquier persona en un uniforme por el tiempo que sea, sin tener que preocuparse nunca por las repercusiones políticas. En una democracia, la realidad es totalmente opuesta. El apoyo popular debe ser administrado como un recurso extremadamente limitado. Debe gastarse con sabiduría, con mesura, y tratando de obtener la mayor ganancia posible. Norteamérica es particularmente sensible a la fatiga de la guerra, y nada tiene peores repercusiones políticas como la percepción de la derrota. Digo “percepción” porque la sociedad norteamericana cree en el “todo o nada.” Nos gusta triunfar por lo alto, el touchdown, el knockout en el primer asalto. Nos gusta saber, y que todo el resto del mundo sepa, que nuestra victoria no sólo fue indiscutible, sino también devastadora. Si no… bueno… mire cómo estábamos antes del Pánico. No perdimos la última guerra en Medio Oriente, todo lo contrario. En realidad cumplimos una tarea muy difícil, con muy pocos recursos, y en condiciones extremadamente desfavorables. Ganamos, pero el público no lo vió así porque no fue el bombazo que nuestro espíritu nacional estaba buscando. Había pasado mucho tiempo, se había gastado mucho dinero, y muchas vidas se habían perdido o habían quedado destrozadas para siempre. No solamente habíamos derrochado todo nuestro apoyo popular, sino que estábamos en números rojos. 

Piense solamente en el valor en dólares de la Fase Dos. ¿Sabe cuál es el precio de poner a un ciudadano norteamericano en uniforme? Y no estoy hablando sólo del tiempo que pasa activamente con ese uniforme: el entrenamiento, el equipo, la comida, el alojamiento, el transporte, y la atención médica. Estoy hablando del valor a largo plazo que el país, el contribuyente norteamericano, tiene que seguir pagando por esa persona durante el tiempo que le quede de vida. Es una aplastante carga financiera, y en esos días apenas si contábamos con suficiente dinero para mantener los soldados que teníamos. 

Aún si las arcas no hubiesen estado vacías, aún si hubiésemos tenido todo el dinero necesario para fabricar los uniformes y el equipo necesario para implementar la Fase Dos, ¿a quién habríamos podido conseguir para llenarlos? Todo eso está relacionado con la fatiga de guerra de los norteamericanos. Como si los horrores “tradicionales” no fuesen suficientes —los muertos, los desfigurados, los traumatizados de por vida— teníamos que enfrentarnos con toda una nueva gama de dificultades, “Los traicionados.” Éramos un ejército de voluntarios, y mire lo que les pasó a nuestros voluntarios. ¿Cuántas historias ha escuchado sobre un soldado al que le extendieron el tiempo de servicio, o un reservista que, después de diez años de vida civil, de pronto se vió llamado otra vez al servicio activo? ¿Cuántos soldados perdieron sus trabajos o sus casas? ¿Cuántos regresaron para encontrar sus vidas arruinadas, o peor aún, nunca regresaron? Los norteamericanos somos gente honesta, y esperamos siempre un trato justo. Yo sé que otras culturas suelen pensar que éramos ingenuos e infantiles, pero es uno de nuestros principios más sagrados. Ver al Tío Sam incumpliendo su palabra, negándoles una vida privada a las personas, revocando su libertad…

Después de Vietnam, cuando yo era un joven líder de pelotón en Alemania Occidental, tuvimos que implementar un programa de incentivos para que nuestros soldados no se ausentaran sin licencia. Después de la última guerra, ningún tipo de incentivo fue suficiente para llenar nuestras filas, ni las bonificaciones de pago, ni las reducciones del tiempo de servicio, ni las herramientas de reclutamiento disfrazadas como juegos de video.17 Su generación ya había tenido más que suficiente, y es por eso que cuando los muertos vivientes comenzaron a devorar nuestro país, estábamos demasiado débiles y vulnerables como para detenerlos. 

No estoy culpando a los líderes civiles ni estoy sugiriendo que los militares no debamos respetarlos. Así es nuestro sistema, y es el mejor del mundo. Pero hay que protegerlo, defenderlo, y nunca jamás volver a abusar de él de esa manera.

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