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miércoles, 2 de enero de 2013

10.- WORLD WAR Z - LANGLEY, VIRGINIA, ESTADOS UNIDOS


[La oficina del director de la Agencia Central de Inteligencia podría confundirse con la de un gerente de negocios, un médico, o cualquier director de una escuela de pueblo. Está la habitual colección de textos de referencia en los anaqueles, diplomas y fotografías en la pared, y, en su escritorio, una bola de béisbol autografiada por Johnny Bench, el receptor de los Rojos de Cincinnati. Bob Archer, mi anfitrión, puede ver claramente en mi rostro que me esperaba algo muy distinto. Sospecho que por esa razón decidió concederme esta entrevista precisamente en ese lugar.] 

Cuando usted piensa en la CIA, seguramente se imagina dos de nuestros mitos más populares y duraderos. El primero es que nuestra misión es registrar todo el planeta en busca de cualquier potencial amenaza contra los Estados Unidos, y el segundo mito es que en verdad tenemos el poder de hacer lo primero. Todo eso es consecuencia de de tener una organización que, dada su naturaleza, debe existir y operar en secreto. El secreto es como un vacío, y nada llena ese vacío tan bien como la especulación paranoica. “¿Hey, sabes quién mató a fulano de tal? escuché que fue la CIA. ¿Hey, escuchaste de ese golpe en la República de El Banano?, debió ser la CIA. Hey, ten cuidado al entrar a esa página Web, ¿sabes quién lleva un registro de todas las páginas de Internet que uno visita a toda hora?, ¡la CIA!” Esa era la imagen que casi todos tenían de nosotros antes de la guerra, y era una imagen que estábamos más que complacidos de cultivar. Queríamos que los malos sospecharan de nosotros, que nos temieran, y quizá que lo pensaran dos veces antes de lastimar a cualquiera de nuestros ciudadanos. Esa era la ventaja de nuestra fachada como algún tipo de pulpo omnisciente. La única desventaja era que nuestra propia gente creía también en esa imagen, así que cuando algo ocurría, en cualquier parte y sin previo aviso, ¿a dónde señalaba el dedo de las acusaciones? “¿Hey, cómo consiguieron esas armas nucleares en ese país? ¿Dónde estaba la CIA? ¿Cómo es que toda esa gente murió asesinada por ese fanático loco? ¿Dónde estaba la CIA? ¿Cómo es que, cuando los muertos volvieron a la vida, no nos enteramos sino hasta que entraron por las ventanas de la sala? ¡¿¡Dónde carajos estaba la maldita CIA!?!”

La verdad es que, ni la Agencia Central de Inteligencia, ni ninguna otra organización de investigación oficial o extraoficial de los Estados Unidos, son esa clase de omnipresentes y omniscientes iluminati de alcance mundial. Para empezar, nunca hemos tenido tanto presupuesto. Aún en los años en que nos entregaban cheques en blanco, durante la guerra fría, no era físicamente posible tener ojos y oídos en cada cuarto, caverna, callejón, burdel, búnker, oficina, hogar, auto, y arrozal del planeta. No me malentienda, no estoy diciendo que éramos impotentes, y quizá sí podamos darnos crédito por muchas de las cosas que nuestros fanáticos y detractores han sospechado a lo largo de los años. Pero si se suman todas las teorías de conspiración de cada loco, desde Pearl Harbor hasta el día antes del Gran Pánico, tendríamos que haber sido una organización no sólo más poderosa que todos los Estados Unidos, sino mayor a todos los esfuerzos combinados de la raza humana.

No somos una superpotencia oculta, con secretos antiguos y tecnología extraterrestre. Tenemos limitaciones muy reales y recursos extremadamente limitados, ¿así que por qué íbamos a desperdiciarlos siguiéndole la pista a cada amenaza potencial? Eso vá de la mano con el segundo mito, acerca de lo que una oficina de inteligencia hace realmente. Nos debilitaríamos si tratásemos de abarcar todo el mundo con la esperanza de tropezar por casualidad con nuevos y posibles peligros. En lugar de eso, tenemos que identificar y concentrarnos en aquellas amenazas que son claras y presentes. Si un vecino ruso está tratando de incendiar tu casa, no puedes prestarle atención al árabe que vive unas cuadras más abajo. Si de pronto los árabes están en tu jardín, no hay tiempo de preocuparse por los chinos, y si un día los comunistas chinos aparecen en tu puerta con una orden de desalojo en una mano y un cóctel Molotov en la otra, lo último que se te pasará por la mente será mirar por encima de sus hombros por si acaso pasa un muerto viviente. 

¿Pero la epidemia no comenzó en China? 

Sí, al mismo tiempo que una de las más grandes Maskirovkas en la historia del espionaje moderno. 

¿Disculpe? 

Un engaño, una fachada. La República Popular sabía que era nuestro principal objetivo de vigilancia. Sabían que no podrían ocultar sus barridas de “Seguridad y Salud.” Se dieron cuenta de que la mejor manera de enmascarar lo que estaban haciendo, era ocultarlo a plena vista. En lugar de mentir sobre las redadas, mintieron sobre la causa de las mismas. 

¿La operación contra los disidentes? 

Mucho más que eso, todo el asunto de las revueltas en Taiwán: la victoria del Partido Nacional Independentista de Taiwán, el asesinato del ministro de defensa de la República, la compra de armas, las amenazas de guerra, todas esas demostraciones y operaciones militares fueron idea del Ministerio de Seguridad Nacional, y todo fue para distraer la atención mundial de la verdadera amenaza que se gestaba en China. ¡Y funcionó! Cada trozo de información que nos llegaba de la República Popular, las desapariciones, las ejecuciones en masa, los toques de queda, el llamado a las tropas de reserva — todo podía ser justificado como una estrategia comunista normal. De hecho, funcionó tan bien, estábamos tan convencidos que la Tercera Guerra Mundial iba a explotar en Taiwán, que retiramos muchos agentes de inteligencia de los países en los que la amenaza de los muertos vivientes apenas comenzaba a manifestarse. 

Los chinos lo hicieron bien. 

Y nosotros muy mal. No fueron los mejores momentos de la Agencia. Todavía nos estamos recuperando de las purgas… 

¿Habla de las reformas?

No, llámelas purgas, porque eso es lo que fueron. Cuando Joe Stalin ejecutó o arrojó en prisión a sus mejores comandantes, no le hizo ni la mitad del daño a su seguridad nacional que lo que la administración nos hizo a nosotros con sus “reformas.” La última guerra en Medio Oriente había sido un desastre, y adivine a quién le echaron la culpa. Nos habían pedido que justificáramos algo que era en realidad una agenda política, y cuando esa acción se convirtió en un obstáculo político, las mismas personas que nos dieron las órdenes se mezclaron entre la multitud y nos señalaron con el dedo. “¿Quién nos dijo que debíamos declarar la guerra? ¿Quién nos metió en todo este problema? ¡La CIA!” No podíamos defendernos sin comprometer la seguridad nacional. Tuvimos que quedarnos sentados y aguantar el golpe. ¿Y el resultado? La pérdida de cabezas muy importantes. Por qué iban a quedarse para ser las víctimas de una cacería de brujas política, cuando podían pasarse al sector privado: un cheque más grande, horas de trabajo decentes, y quizá, sólo quizá, un poco de respeto y aprecio de la gente para la que trabajan. Perdimos a muy buenos hombres y mujeres, con mucha experiencia, iniciativa, y una invaluable capacidad de análisis. Sólo nos quedamos con las sobras, un montón de eunucos miopes y sin olfato. 

Pero seguramente no eran todos así. 

No, claro que no. Algunos de nosotros nos quedamos porque de verdad creíamos en lo que hacíamos. No estábamos en esto por el dinero o las prestaciones laborales, y ni siquiera por una ocasional palmadita en la espalda. Estábamos en esto porque queríamos prestarle un servicio a nuestro país. Queríamos que nuestra gente estuviese segura. Pero a pesar de todos los nobles ideales, llega un momento en que uno se debe dar cuenta que la suma en dólares de toda la sangre, sudor, y lágrimas es simplemente cero. 

¿Entonces usted sabía lo que estaba sucediendo? 

No… no… no podía. No había manera de confirmarlo… 

Pero lo sospechaba. 

Tenía… dudas. 

¿Podría ser más específico? 

No, lo siento. Pero sí puedo decirle que le mencioné al asunto a mis compañeros más de una vez. 

¿Y qué pasó? 

La respuesta era siempre la misma, “es tu funeral, no el mío.” 

¿Y así fue? 

[Asiente.] 

Hablé con… alguien en una posición de autoridad… sólo fue una reunión de cinco minutos, expresándole mi preocupación. Él me agradeció por haber ido y me dijo que lo revisaría pronto. Al día siguiente recibí mi orden de traslado: Buenos Aires, con efecto inmediato. 

¿Alguna vez escuchó del Informe Warmbrunn-Knight?

Hoy sí, pero en ese entonces… la copia fue entregada personalmente por Paul Knight, e iba dirigida “Sólo Para Sus Ojos” al director… la encontraron en el fondo del cajón de un secretario, en la oficina del FBI de San Antonio, tres años después del Gran Pánico. Fue una gran lección en ese entonces, porque justo después de mi traslado, Israel hizo pública su política de “Cuarentena Voluntaria.” Se había acabado el tiempo para prepararse. La verdad estaba ahí afuera; el asunto era quién iba a creer en ella.

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