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miércoles, 2 de enero de 2013

48.- WORLD WAR Z - AINSWORTH, NEBRASKA, ESTADOS UNIDOS

[Darnell Hackworth es un hombre tímido de voz débil. Él y su esposa dirigen una granja de retiro para los veteranos de cuatro patas de la guerra, los miembros de la división K-9 del ejército. Hace diez años, granjas como éstas podían encontrarse en todos los estados de la unión. Ahora, ésta es la única que queda.] 

Yo creo que nunca les dan suficiente crédito. Está ese cuento, Dax, y es un bonito libro para niños, pero es muy simple y se trata sólo de un dálmata que cuidó a un huérfano hasta que llegó a un lugar seguro. “Dax” ni siquiera estaba en el ejército, y rescatar a los niños fue sólo una pequeña parte de la contribución de los perros para la guerra. 

Para lo primero que usaron a los perros fue para la selección, para olfatear a los infectados. La mayoría de los países copió el sistema israelí de dejar pasar la gente al lado de las jaulas de los perros. Había que tenerlos en jaulas, o de lo contrario podían atacar a la persona, atacarse entre ellos, o incluso al entrenador. Eso ocurrió mucho, sobre todo al principio, perros que se volvían locos. No importaba si eran del ejército o de la policía. Es el instinto, un terror genético e involuntario. Era cuestión de huir o pelear, y esos perros habían sido criados para pelear. Un montón de entrenadores perdieron las manos, los brazos, y a muchos les destrozaron la garganta. No culpo a los perros. De hecho, los israelíes dependían de ese instinto, y probablemente salvó millones de vidas. 

Era un buen programa, pero nuevamente, era sólo una pequeña muestra de lo que los perros podían hacer. Mientras que los israelíes, y después otros países trataron sólo de aprovechar ese terror instintivo, nosotros pensábamos que podíamos integrarlo en su entrenamiento y enseñarles a controlarlo. ¿Y por qué no? Nosotros habíamos aprendido a hacerlo, ¿y acaso éramos mucho más evolucionados?

Todo era cuestión de entrenamiento. Había que comenzar desde que eran jóvenes; porque incluso los perros más disciplinados y bien entRenados de la preguerra, perdían el control y eso ya era imposible de cambiar. Los perros que nacieron después de la crisis, salieron del vientre literalmente oliendo a los muertos. Estaba en el aire, nosotros no podíamos sentirlo porque eran sólo unas cuantas moléculas, pero para ellos era una iniciación subconsciente. Claro que eso no los convertía automáticamente en guerreros. La introducción inicial era la fase más importante. Uno tomaba un grupo de cachorros, escogidos al azar o una camada completa, y se los ponía en un cuarto que tenía una reja de alambre en la mitad. Ellos quedaban a un lado, y Zack en el otro. No había que esperar mucho para obtener una respuesta. Al primer grupo lo llamábamos los Bs. Eran los que comenzaban a aullar, llorar y a quejarse. No servían. No eran como los As. Esos cachorros fijaban sus ojos en Zack, y esa era la clave. No retrocedían, le enseñaban los dientes y emitían este gruñido grave que quería decir, “¡atrás o te mato!” Eran capaces de controlarse, y esa era la base de todo nuestro programa.

Ahora bien, El hecho de que pudieran controlarse no quería decir que nosotros pudiéramos controlarlos. El entrenamiento básico era prácticamente el mismo que se usaba antes de la guerra. ¿Eran capaces de soportar el EF? ¿Obedecían las órdenes? ¿Tenían la inteligencia y la disciplina de unos buenos soldados? Era difícil, y teníamos un índice de fracasos del sesenta por ciento. A veces los reclutas salían lastimados, o morían. Muchas personas hoy en día nos critican por inhumanos, y no parecen sentir mucha simpatía por los entrenadores. Sí, pero nosotros también teníamos que pasar por lo mismo junto a los perros, desde los primeros días del entrenamiento básico, y otras diez semanas en EIA. Era difícil, sobre todo los ejercicios con enemigos reales. ¿Sabía que fuimos los primeros en usar a Zack “vivos” en nuestros campos de entrenamiento, antes que la infantería, las Fuerzas Especiales, y que los pilotos de Willow Creek? Era la única manera de saber si podíamos soportarlo, como individuos y como equipo. 

¿Cómo más podíamos prepararlos para tantas misiones? Teníamos los Cebos, que se volvieron famosos en la Batalla de Esperanza. Era simple; tu compañero busca a Zack y lo atrae hasta la línea de fuego. Los Ks eran muy rápidos en las primeras misiones, salían a la carrera, ladraban, y volvían corriendo tras la línea de fuego. Después se volvieron más confiados. Aprendieron a quedarse siempre a unos cuantos metros de distancia, ladrando y retrocediendo lentamente, asegurándose de atraer la mayor cantidad posible de blancos. En ese sentido, eran ellos los que decidían a quién teníamos que dispararle. 

También estaban los señuelos. Digamos que necesitas organizar una posición de fuego, y no quieres que Zack llegue temprano a la fiesta. Tu compañero corría en círculos alrededor de la zona infestada, y ladraba sólo cuando estaba en el lado opuesto al tuyo. Funcionó bien en un montón de combates, y fue la inspiración para la táctica de los “lemmings”. 

Durante la reconquista de Denver, encontraron un enorme edificio en el que unos doscientos o trescientos refugiados se quedaron encerrados con algunos infectados, y los habían contagiado a todos. Antes de que nuestra gente abriera la puerta, uno de los Ks salió corriendo por su propia cuenta hasta la terraza del edificio de enfrente, y comenzó a ladrar para hacer que Zack subiera a los pisos superiores. Funcionó de maravilla. Casi todos los Gs subieron hasta el techo, vieron una presa, se lanzaron hacia ella, y cayeron al vacío por un costado del edificio. Después de Denver, la táctica de los lemmings fue añadida al manual. Hasta la infantería la utilizaba cuando no había Ks a la mano. No era raro ver a un soldado parado en el techo de un edificio, gritando hacia otro edificio cercano.

Pero la principal y más común misión de los equipos K era la exploración, tanto en BL como PLA. BL es Barrido y Limpieza, como parte de una unidad regular de infantería. Ahí era donde más valioso resultaba el entrenamiento. No sólo podían oler a Zack a kilómetros de distancia, sino que los sonidos que hacían nos indicaban qué íbamos a encontrar. Uno podía saber todo lo necesario por el tono del gruñido y la frecuencia de los ladridos. A veces, cuando había que hacer silencio, el lenguaje corporal servía igual de bien. El arco del lomo y los pelos erizados eran suficiente señal. Después de algunas misiones, cualquier entrenador competente, y todos lo eran, podía leer todas las señales de su compañero. Los exploradores que encontraron zombies sumergidos en los pantanos, o sin piernas en medio de la hierba, salvaron muchas vidas. Yo perdí la cuenta de las veces que un soldado nos agradeció personalmente por encontrar un G oculto que en otras condiciones le habría arrancado un pié de un mordisco. 

PLA es Patrulla de Largo Alcance, cuando tu compañero era enviado a patrullar más allá de las líneas de fuego, a veces viajando por días enteros para recolectar datos del territorio infestado. Llevaban un arnés especial con una cámara de video con enlace satelital y GPS, que nos daba datos en tiempo real sobre el número y localización exacta de los objetivos. Así uno podía predecir la posición de Zack en un mapa, sincronizando con lo que veía tu compañero y los datos del GPS. Supongo que desde el punto de vista técnico, era impresionante, espionaje en tiempo real como el de antes de la guerra. Al duro le encantaba, pero a mí no; siempre me preocupaba más lo que podía pasarle a mi compañero. No se imagina lo difícil que era, estar allí parado en un cuarto lleno de computadoras y con aire acondicionado —a salvo, confortable, y totalmente impotente. Mucho después, los arneses fueron equipados con un sistema de radio para que el entrenador pudiese dar órdenes, o en el peor de los casos, abortar la misión. Yo nunca trabajé con esos. Los equipos tenían que entrenar con ellos desde el principio. Uno no podía devolverse a entrenar nuevamente un K que ya sabía hacer lo suyo. No se le pueden enseñar trucos nuevos a un perro viejo. Lo siento, es un mal chiste. Tuve que aguantar un montón de malas bromas por parte de los idiotas de inteligencia; parado detrás de ellos mientras miraban sus malditos monitores, fascinados con las maravillas de sus “Recursos de Inteligencia Portátiles.” Se creían muy simpáticos por haber inventado ese nombre para el arnés. Como si para nosotros fuera muy gracioso tener un RIP pegado en el lomo de nuestros compañeros. 

[Sacude la cabeza.] 

Y yo tenía que quedarme allí, apretando los puños, mirando lo que veía mi compañero mientras cruzaba bosques, pantanos o pueblos. Los pueblos y las ciudades, esas eran lo peor. Esa era la especialidad de mi división. Ciudad Perro. ¿Alguna vez escuchó hablar de ella?

¿La Escuela K-9 de Combate Urbano?


Sí, esa, y era una ciudad de verdad: Mitchell, en Oregon. Acordonada, abandonada, y llena de Gs activos. Ciudad Perro. En realidad debieron haberla llamado Ciudad Terrier, porque casi todos los Ks que criábamos en Mitchell eran terrier. Diminutos escoceses, norwich y yorkshires, buenos para moverse entre los escombros y espacios estrechos. En lo personal, Ciudad Perro me suena bastante bien. Yo trabajaba con un dach. Eran los mejores guerreros urbanos. Eran duros, inteligentes y, sobre todo los minis, se sentían perfectamente cómodos en espacios cerrados. De hecho, para eso habían sido criados originalmente; “perro tejonero,” eso es lo que significa dachshund en alemán. Por eso los ciaron con esa forma de salchicha, para poder cazar en las estrechas madrigueras de los tejones. Entenderá por qué esa raza era la mejor para los agujeros de ventilación y los pasadizos de un campo de guerra urbano. La habilidad de pasar por una tubería, un ducto de aire, dentro de una pared falsa, lo que fuera y sin perder la calma, esa era una característica muy valiosa. 

[Nos interrumpen. Como si entendiera de qué estamos hablando, una pequeña perra llega cojeando hasta Darnell. Es vieja. El hocico está completamente blanco, y el pelo de las orejas y la cola se ha caído casi por completo.] 
[Hablándole al perro.] 

Hola niña. 

[Con mucho cuidado, Darnell la levanta y la pone sobre sus rodillas. No debe pesar más de cuatro kilos y medio. Aunque se parece a un dachshund en miniatura, el lomo es más corto de lo normal en esa raza.] [Sigue hablando con el perro.] 

¿Estás bien, Maze? ¿Cómo te sientes? 

[Se dirige hacia mí.] 

Su nombre completo es Maisey, pero nunca le decíamos así. “Maze” nos parecía mucho mejor, ¿no cree? 

[Con una mano le frota las patas traseras, mientras que con la otra le acaricia el cuello. Ella lo mira con unos ojos lechosos y apagados, y le lame una mano.] 

Los de raza pura eran un fracaso garantizado. Demasiado neuróticos, con demasiados problemas de salud, lo que uno se esperaría de unos animales que fueron criados sólo por su aspecto. Los de la nueva generación 

[señala al perro sobre sus rodillas] 

siempre eran cruzados, cualquier mezcla que incrementara su resistencia física o su estabilidad mental. 

[La perrita se está quedando dormida. Darnell habla en voz baja.] 

Eran duros y necesitaban mucho entrenamiento, no sólo individual, sino también en grupo, para trabajar en las misiones de PLA. Esas, sobre todo en territorio salvaje, eran muy peligrosas. No sólo había que preocuparse por Zack, sino también por los perros salvajes. ¿Recuerda lo feroces que eran? Todas esas mascotas y perros callejeros que se agruparon en manadas. Siempre eran un riesgo y rondaban sobre todo en las zonas poco infestadas, siempre buscando algo qué comer. Tuvimos que abortar un montón de misiones de PLA, hasta que introdujimos los perros escoltas. 

[Señala al perro dormido.] 

Ella tenía dos escoltas. Pongo, que era mitad pitbull y mitad rottweiler, y Perdi… que no tengo idea de qué diablos era Perdi, mitad pastor alemán y mitad estegosaurio, supongo. Nunca la habría dejado acercarse a ese par de monstruos si no hubiese realizado todo el entrenamiento con sus dueños. Resultaron ser escoltas de primera. Ahuyentaron manadas salvajes en catorce ocasiones, y dos veces se metieron a pelear con ellos. Una vez, Perdi salió persiguiendo a un mastín de cien kilos, le agarró la cabeza entre las mandíbulas, y pudimos escuchar cómo le quebraba el cráneo a través el micrófono del arnés.

La parte más complicada era hacer que Maze se limitara a cumplir con la misión. Ella siempre quería unirse a las peleas. 

[Sonríe mientras mira a la dachshund dormida.] 

Eran un buen par de escoltas, siempre se aseguraban de que llegara hasta su objetivo, la esperaban afuera, y siempre la traían de vuelta sana y salva. Incluso se encargaban de uno que otro G en el camino.

¿Pero la carne de los zombies no es tóxica? 

Sí, claro… no, no, no, ellos nunca los mordían. Eso habría sido fatal. Uno veía un montón de perros muertos al principio de la guerra, simplemente tirados, sin heridas, y era porque habían mordido a alguien infectado. Esa es otra de las razones por las que el entrenamiento era tan importante. Tenían que aprender cómo defenderse. Físicamente, Zack tiene un montón de ventajas, pero el equilibrio no es una de ellas. Los Ks siempre podían embestirlos por la espalda, o en la nuca, y los derribaban boca abajo. Los minis también tenían algunas opciones para hacerlos caer, metiéndoseles entre las piernas, o embistiendo la parte de atrás de las rodillas. Maze era una especialista en eso, ¡los hacía caer de espaldas todo el tiempo! 

[El perro se mueve.] 
[Hablándole a Maze.] 

Ah, lo siento niña. 

[La acaricia en la parte de atrás del cuello.] 
[Nuevamente hacia mí.] 

Para cuando Zack se volvía a levantar, ella le llevaba cinco, diez, o hasta quince segundos de ventaja. Claro que también sufríamos muchas bajas. Algunos Ks se caían, se quebraban algún hueso… Si estaban cerca del lugar, el entrenador podía ir a recogerlos y sacarlos de allí vivos. Muchas veces se recuperaban y regresaban al servicio.

¿Y las otras veces? 

Si estaban lejos, un Cebo o en PLA… muy lejos para un rescate y demasiado cerca de Zack… nosotros pedimos que les instalaran cargas de misericordia, una pequeña carga explosiva asegurada al arnés para poder sacrificarlos si no veíamos posibilidad de rescate. Pero nunca las aprobaron. “Un desperdicio de valiosos recursos.” Hijos de puta. Mostrar algo de misericordia por un soldado herido era un desperdicio de recursos, ¡pero convertirlos en K-bombas, eso sí les parecía razonable!

¿Perdón? 

“K-bombas.” Era el nombre extraoficial de un programa que estuvieron a punto, a punto de aprobar. Algún imbécil leyó que los rusos habían usado “perros bomba” durante la Segunda Guerra Mundial, amarrándoles explosivos en el lomo y entrenándolos para meterse bajo los tanques Nazis. La razón por la que Iván canceló ese proyecto fue la misma por la que nosotros no aprobamos el nuestro: la situación todavía no era tan desesperada. ¿Qué tan desesperado hay que estar para pensar en una mierda como esa?

Ellos nunca van a admitirlo, pero creo que lo que los detuvo fue el riesgo de provocar otro incidente Eckhart. Eso los despertó. ¿Usted se enteró de eso, no? La sargento Eckhart, que Dios la bendiga. Era una entrenadora de alto rango, operaba con la DAN. Yo nunca la conocí personalmente. Su compañero estaba en una misión de Cebo en las afueras de Little Rock, pero se cayó en un hueco y se quebró una pata. El enjambre estaba a sólo unos pasos de distancia. Eckhart agarró un rifle y trató de ir a rescatarlo. Un oficial se le paró al frente y comenzó a recitar reglamentos y justificaciones. Ella le vació la mitad del proveedor en la cabeza. La Policía Militar se lanzó sobre ella y la inmovilizaron. Y todo ese tiempo, ella estuvo escuchando por la radio a los muertos lanzándose sobre su compañero.

¿Qué pasó con ella?

La ahorcaron, ejecución pública, con mucho escándalo y todo eso. Pero los entiendo, no, de verdad los entiendo. La disciplina era lo más importante, obedecer la ley, era lo único que teníamos. Pero créame cuando le digo que hubo muchos cambios. A los entrenadores se les permitió ir a buscar a sus compañeros, incluso si eso ponía en riesgo sus propias vidas. Dejaron de considerarnos sólo como activos militares, y nos comenzaron a ver como personal. Por primera vez, el ejército se dio cuenta de que éramos un equipo, y que un perro no era simplemente una máquina que podía reemplazarse si se rompía. Comenzaron a ver las estadísticas de los entrenadores que se habían suicidado tras perder a un compañero. ¿Sabía que tuvimos la tasa más alta de suicidio entre todas las ramas del servicio militar? Más que las Fuerzas Especiales, más que en la patrulla de cementerios, incluso más que esos locos de China Lake. En Ciudad Perro conocí entrenadores de trece países diferentes. Todos decían lo mismo. No importaba de dónde fueras, ni cuál fuera tu cultura y tu educación, los sentimientos eran los mismos. ¿Quién podía sufrir una pérdida de esas y seguir como si nada? Alguien capaz de eso no se habría convertido en entrenador en primer lugar. Eso era lo que nos hacía diferentes, la habilidad para conectarnos tan profundamente con alguien que ni siquiera es de nuestra especie. La misma razón que hizo que tantos se volaran la cabeza, fue también lo que nos convirtió en una de las ramas más exitosas del ejército de los Estados Unidos. 

Los del ejército vieron esa habilidad en mí un día, en una carretera del desierto junto a las Montañas Rocosas de Colorado. Había estado viajado a pié desde que salí de mi apartamento en Atlanta, tres meses corriendo, escondiéndome, comiendo basura. Estaba raquítico, con fiebre, y pesaba menos de cincuenta kilos. Me encontré con estos dos tipos bajo un árbol. Estaban encendiendo una fogata. Detrás de ellos, en el suelo, había un pequeño chandoso. Le habían amarrado las patas y el hocico con cordones de zapato. Tenía un parche de sangre seca sobre la cabeza. Estaba allí tirado nada más, con los ojos vidriosos, quejándose suavemente.

¿Y qué pasó?

¿Sabe qué? en realidad no me acuerdo. Creo que le dí a uno de ellos con mi bate de béisbol. Lo encontraron roto sobre su hombro. A mí me encontraron encima del otro tipo, machacándole la cara con mis puños. Cuarenta y ocho kilos, medio muerto, y aún así estuve a punto de matar a ese infeliz. Los guardias tuvieron que agarrarme, esposarme al chasis abandonado de un auto, y darme un par de golpes para que reaccionara. Eso sí lo recuerdo. Uno de los tipos que ataqué se agarraba el brazo, y el otro estaba allí tirado, desangrándose. “Ya cálmese,” dijo el teniente que me interrogó, “¿Qué es lo que le pasa? ¿Por qué estaba atacando a sus amigos?” “¡Él no es amigo nuestro!” dijo el tipo del brazo roto, “¡es un jodido loco!” Y lo único que yo decía era “¡No lastimen al perro! ¡Que no lastimen al perro!” Recuerdo que los guardias se rieron. “Jesús,” dijo uno de ellos, mirando a los otros dos tipos. El teniente asintió con la cabeza, y me miró. “Amigo,” me dijo, “creo que tengo un trabajo para tí.” Y así fue como me reclutaron. Algunas veces uno encuentra su vocación, otras veces ella lo encuentra a uno. 

[Darnell acaricia a Maze. Ella abre un ojo, y sacude su cola pelada.] 
¿Qué pasó con el perro? 

Ojalá pudiera contarle un final tipo Disney, como que se convirtió en mi compañero y salvamos a todo un orfanato de un incendio o algo así. Le habían pegado con una piedra en la cabeza. Sus canales auditivos se llenaron de líquido. Quedó sordo de un oído y escuchando muy mal por el otro. Claro que su nariz estaba bien, y se convirtió en un buen perro ratonero en la casa que lo adoptó. Cazó suficientes ratas para alimentar a toda la familia durante el invierno. Bueno, supongo que sí es un final tipo Disney, con sopa de Mickey Mouse. 

[Se ríe un poco.] 

¿Quiere que le diga algo bien raro? Yo antes odiaba a los perros.

¿En serio? 

Los detestaba; sucios, apestosos, unas bolas de pelo y babas que se frotaban contra tu pierna y hacían que la alfombra oliera a orines. Dios, los odiaba. Yo era de esos tipos que entraba a una casa y no quería que el perro se me acercara. Era el que me burlaba de los compañeros de trabajo que tenían una foto de su perro en el escritorio. Ya sabe, de esos que siempre amenazan con llamar a la policía cuando el perro del vecino comienza a ladrar de noche. 

[Se señala con un dedo.] 

Yo vivía a una calle de una tienda de mascotas. Pasaba junto a ella todos los días cuando iba a trabajar, y me preguntaba cómo era que algunos perdedores incompetentes podían gastar tanto dinero en un hámster sobrealimentado que sólo sabía ladrar. Durante el Pánico, los muertos comenzaron a rodear la tienda de mascotas. No sé qué pasó con el dueño. Las rejas de metal estaban cerradas, pero todos los animales seguían adentro. Los escuchaba desde la ventana de mi apartamento. Todo el día y toda la noche. Unos cachorros, ya sabe, apenas de un par de semanas de nacidos. Unos bebés asustados que llamaban a sus mamás, o a cualquiera, para que fueran y los salvaran.

Los escuché morir, uno por uno cuando se les acabó el agua y la comida. Los muertos nunca lograron entrar. Seguían agolpados contra la vitrina frontal cuando yo escapé y pasé corriendo a su lado sin detenerme a mirar. ¿Qué podía hacer? Estaba desarmado, sin entrenamiento. Además no podía cuidar de ellos. Apenas fui capaz de cuidar de mí mismo.
¿Qué podía hacer?… No, pude haber hecho algo. 

[Maze suspira dormida. Darnell la acaricia suavemente.] 

Pude haber hecho algo.

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